La apuesta por mantener viva la empresa puede convertir en poco tiempo el éxito en fracaso. Empresario, hoy más que nunca debes tener los ojos bien abiertos.
El instinto de supervivencia.
Sabemos que la decisión más dolorosa para un empresario es el cierre de su empresa. La dureza de la actual crisis económica ha hecho que muchos hayan caído por el camino. Otros, confiando en que esto tiene que cambiar, en que la crisis no puede durar mucho más, resisten como pueden, manteniendo sus negocios con alfileres con la esperanza puesta en ver nacer brotes verdes que permitan la recuperación de la empresa.
La Ley obliga a tomar decisiones…a tiempo.
Cuando un negocio no da más de sí, cuando la empresa no puede cumplir sus obligaciones y no existe forma de remediar esta situación, el empresario está obligado a solicitar su concurso. A través de este procedimiento se intentará la supervivencia de la empresa, mediante convenios con acreedores y refinanciaciones o bien, de no ser posible lo anterior, se tramitará la liquidación y cese definitivo de la actividad.
Pero la Ley también castiga al empresario incumplidor.
Demorar esta situación crítica durante meses puede tener una dura sanción: que el empresario sea declarado culpable y condenado al pago de las deudas de la sociedad.
La causa más generalizada en la que se están basando los jueces para declarar culpables a los administradores en este tipo de procedimientos es precisamente el retraso en solicitar el concurso, al entender que dicho retraso no hace sino aumentar el pasivo de la empresa y perjudicar a sus acreedores.
La valentía se puede convertir en temeridad. El ponerse una venda, el no aceptar la realidad, puede salir muy caro para el empresario. Una decisión a tiempo evita responsabilidades personales.